Ahora, debido al coronavirus y su consecuente confinamiento de la mayor parte de la población mundial, vemos cómo esos niveles de contaminación han bajado drásticamente. El mundo vuelve a ofrecernos, discretamente, su cara más amable.
El aire de China se ha limpiado más rápidamente que nunca.
El confinamiento de finales de enero a marzo ha provocado una reducción muy significativa en las emisiones de dióxido de nitrógeno, aquellas emitidas por plantas de energía, instalaciones industriales y vehículos, en todas las principales ciudades chinas. Combinando observaciones satelitales con modelos informáticos detallados de la atmósfera, varios estudios indican una reducción de partículas finas (uno de los contaminantes del aire más importantes) de casi un 40% en la superficie en grandes partes de China.
Los canales de Venecia están limpios y vuelve la vida que antes había.
En algunas zonas, el cambio ha sido tan importante que se observa que el agua de los canales es prácticamente transparente y coge cantidades importantes de pequeños peces, procedentes de la laguna de Venecia y el mar Adriático. La drástica reducción de la navegación en Venecia hace posible que los sedimentos de los canales vuelvan al fondo y dejen de ensombrecer la columna de agua.
Incluso se han visto recientemente la vuelta de los delfines en la italiana isla de Cerdeña.
La contaminación baja un 75% en Barcelona y un 57% en Madrid.
Además se prevé un bajón en todo el mundo de las emisiones de gases invernadero vinculadas al uso de la energía, como veíamos más arriba en el caso de China. La media de toda España habría bajado por tanto un 64% según un estudio de la Universitat Politècnica de Valencia (UPV).
La Tierra vibra menos que antes y esto se debe a nuestro confinamiento.
Nuestro planeta ha entrado en un nuevo e inusual "estado de pausa" ocasionado porque millones de personas se quedan en sus casas, las calles están vacías, los comercios cerrados y los vehículos aparcados. Esto lleva a una reducción muy importante del ruido sísmico, es decir, las vibraciones que las actividades diarias de la población causan sobre la corteza terrestre.
El fenómeno fue registrado por Thomas Lecocq, sismólogo del Observatorio Real de Bélgica, quien desde que se implementaron las medidas de confinamiento comenzó a notar que sus instrumentos marcaban una drástica disminución de las vibraciones. “Todo está calmado y las estaciones sísmicas también sienten esa tranquilidad”, mencionó el sismólogo.
El confinamiento ha provocado que el ruido sísmico se haya reducido cerca de un tercio, por lo que a raíz de sus mediciones regiones como Zurich, Londres, París y Los Ángeles también reportaron reducciones en este fenómeno.
Este fenómeno ha permitido que los dispositivos sísmicos se vuelvan más sensibles por lo que han podido detectar movimientos que antes les llegaban con una señal menos nítida.
“Podemos notar más sismos pequeños y mejorar los estudios de la corteza, porque hay menos ruido y la calidad de la señal es mejor”, añadió.
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